viernes, 18 de enero de 2013

Sobre la ira


A raíz de algunas observaciones del mundo que hice a lo largo de mis 27 años, de comentarios recibidos de personas y de quizás “verdades de la mayoría”, que a veces son implícitas en la manera de actuar solamente pero no dichas, decidí compartir mis reflexiones y mi postura personal sobre lo que considero el enojo o lo que sería su forma más amplia: la ira.
                Antes que nada, entiendo a la ira, como aquél estado en el que nos sentimos molestos, como el fuego, que busca “destruir” algo, en sí mismo o afuera de sí. Es un estado quizás de frustración, de impotencia, de sentirse oprimido por el mundo o quizás por las propias creencias. Podría ser, a mi manera de definirlo, un estado de sentirnos que “no podemos ser” en el mundo, y por ello nos enojamos (con nosotros mismos primero, pero si hay alguien cerca, con el que esté más próximo).
                Cuando no hay ira, no hay fuego, entonces hay calma. Es el estado como si fuera el agua de un lago. Lógicamente, estoy hablando de un estado de calma “genuino”, no de un estado de represión de la propia ira, donde lo que se hace es patear para adelante la expresión de la misma, incluso haciendo que ésta vaya creciendo y en algún momento explote por su propia fuerza, y seguramente de manera más grave que si lo hubiera hecho en momentos anteriores. El efecto “olla a presión”.
                Por otro lado, existe una cierta concepción aparentemente generalizada (según lo que he observado) de que “es malo enojarse”, y que una persona que se enoja mucho, es “mala”. Además, si uno hiciera más explícito un camino espiritual personal (ya sea de una religión o ninguna), pareciera que fuera menos compatible aun el estado de enojo, como si el hecho de un ser humano empezar a trabajar sobre sí mismo, hiciera que mágicamente desaparecieran todos sus condicionamientos, sus miedos, sus traumas, etc.
                Es cierto que una persona que se enoja por todo y es muy irascible no es una persona que cae muy bien, no es alguien con quien otros deseen compartir un rato, desde luego. Aunque al final de cuentas, con este tipo de personas se produce una armonía natural en sus relaciones: se quedan cerca los pocos a los que no les queda otra opción quizás (tal vez porque dependan económicamente, o porque les tengan miedo, o quien sabe por qué motivos que seguramente no serán dentro de relaciones humanas armónicas) y se alejan los que están en su libertad de no sentir la obligación de soportar sus recurrentes ataques de ira o maltratos.
Pero por otro lado, tenemos personas que deciden trabajar su psiquis, observarse a sí mismos, buscar salir del sufrimiento, hacer un camino espiritual, o como le quieran llamar, no nos vamos a poner en desacuerdo por la forma en que cada uno quiera referirse a esa búsqueda y si es con religión, siguiendo a un líder, leyendo una filosofía, o haciendo un “elige tu propia aventura”, simplemente tomando el elemento que ese “trabajo” existe en su vida personal y no es delegado a un tercero. Pareciera una paradoja, que un ser humano de estas características comience el trabajo de observarse a sí mismo, a sus condicionamientos y que de repente debiera mostrar un estado de perfección a los demás, o de calma absoluta, como si tuviera una exigencia “adicional” por tal búsqueda. En vez de alegrarnos de que existen personas que buscan trabajar sobre sí mismas, enojarnos porque no son perfectas, como si existiera además una perfección, como ir de “cero a uno” en un solo paso. Desde luego, que me parece algo infantil.
En mi caso, puedo hablar de mi mismo porque es la fuente de donde más información obtengo. En mis 27 años de vida, empecé una fuerte observación de mi mismo a mis 23 años y esa observación aun continúa. No me volví perfecto. No he logrado trascender el sufrimiento humano. No me iluminé. Quizás a los ojos de la concepción de búsqueda espiritual que anteriormente he mencionado, “me habré equivocado”, no habré pasado de un estado de “no-iluminado” a un estado de “iluminado”, o quizás seré un “farsante” que quiere mostrar una imagen a los demás y aprovecharse de ellos. Todo ello sería coherente en una forma de pensar de concebir la búsqueda espiritual como pasar de un estado de “ignorancia” a “sabiduría”, de “no-iluminado”  a “iluminado”, como de “vacío” a “lleno”… en matemática, de “cero” a “uno”, en un esquema binario o dual.
Pues me temo decepcionar a quienes vean el camino espiritual de esa manera dual, de éxito o fracaso, porque hasta ahora todo me ha llevado a pensar que la evolución espiritual es una “expansión al infinito”. Y me permito usar el concepto matemático de “infinito” que ha permitido resolver muchos problemas de nuestra civilización, a pesar de que nadie pueda graficarlo en ningún lugar ni explicar, en qué consiste.
En este sentido, el ver la búsqueda humana como necesariamente una búsqueda espiritual, incluso con quienes no sean conscientes de ello, es para mi una manera de comprender de que todos estamos en movimiento. Todos estamos en expansión hacia el infinito. Esto es, un “ir soltando condicionamientos” hacia el infinito, lo que es lo mismo, el ir siendo “más liviano” (¿de qué? Evidentemente de las causas de nuestro sufrimiento humano), el ir siendo más “libres”, y no digo, de ser “no-libre” a ser “libre”, sino que repito: “cada vez más libres”… Cada uno es un big bang que nunca se detiene, nunca deja de expandirse, de expandir sus propios límites.
Ahora debo retomar el tema principal que es la ira. Tema del cual no podía hablar si no mencionaba las bases sobre las que descansa mi opinión sobre este tema, que es la búsqueda espiritual como una expansión continua hacia el infinito, donde nunca se llega a ningún lugar (tal vez, yo no he llegado ni he conocido a ningún ser humano aun del cual pueda dar tal fé).
Desde esta manera de mirar, creo que la ira, es parte de nuestros condicionamientos, muy ligada a nuestra impotencia por sentir la opresión de nuestra libertad, de ser quienes somos y tal cual somos en el mundo en el que hemos nacido. Es parte de aquello que nos hace sufrir, primero a nosotros mismos, segundo a quienes nos rodean por vernos en ese estado y/o por recibirla y tercero, nuevamente a nosotros mismos por recibir el karma (o el efecto) de nuestra ira aplicada a los seres humanos que nos rodean (personas que no nos quieran, que se alejen, que actúen por venganza, etc.). Creo que a nadie le debe gustar tener ira, lo que es lo mismo, a nadie le debe gustar la sensación de no sentirse libre, de sentirse oprimido, de sentir enojo e impotencia con el mundo. Pero a su vez, todos tenemos un poco de ello.
Entonces, creo que es menos infantil empezar por “aceptar” la ira, como algo que forma parte nuestro, quizás como ese pesado equipaje del cual nos vamos despojando en el proceso de expansión continua al infinito. Puesto que todo lo que rechazamos, permanece en nuestra psiquis, allí escondido en algún lugar de ese bendito subconsciente, creciendo en el silencio lentamente buscando el mejor momento para irrumpir de la peor manera en nuestras vidas, haciendo todo aquello que hubiéramos querido evitar.
Finalmente, haciendo un balance de los últimos 4 años y medio de mi “proceso de expansión continua hacia el infinito” (como me gusta llamarle a la búsqueda espiritual), puedo compartir que he hecho notables avances con mis equipajes, me siento mucho más liviano, mucho más libre de mis miedos y de la ira, que era el tema principal de este artículo.  No obstante, no me he liberado de todos mis equipajes, y no me he liberado de la ira en sus múltiples formas de expresión. Confieso que cuando estoy mal dormido aun me pongo de mal humor, como un niño, confieso que hay cosas que aun me irritan, y además, que me molesta que invadan mi libertad, me agredan, me sonrían cuando no sienten hacerlo, me digan cosas bellas y en mis espaldas digan lo contrario. Debo confesar que hay cosas de las que aun no me he liberado. ¿Y porque lo digo? Porque quizás fui cómplice con quienes piensan lo contrario. Tal vez fui cómplice por mi silencio, en el sentido de que muchas veces “el que calla acepta”. Y ahora decidí no ser cómplice con esto que considero que es infantil e ignorante que es el “esconder la ira”, como cuando vienen invitados a casa que no esperábamos, barrer rápido el polvo y echarlo bajo la alfombra.
Este mensaje, lo dedico también especialmente a mis más allegados familiares, amigos, conocidos y compañeros del camino en general. Es para contarles de que mi capacidad de autocontrol con las emociones y la ira en particular tiene límites. Que si en algún momento di la imagen de que era perfecto y trascendido de estas emociones humanas, debo pedir disculpas por mi silencio y mi complicidad con tal ignorancia. Y me reservo el derecho de admisión en mi vida de personas con quienes disfruto y de dar, de la mejor manera posible, una patada en el culo a quienes su trato me parezca indeseable.
Quizás mi ignorancia me llevó a ser a veces “basurero” emocional de otros, quienes han sentido el derecho de descargar su ira en mi, quizás pensando que no me daña, o que tengo la obligación de recibir tales “regalos”. Pues hoy digo basta, si me vas a regalar tu ira, te lo agradezco pero no la deseo recibir. Sería mejor pensar en que en vez de descargarla en otra persona, es más fácil pagar un profesional que bien puede ayudar en tal proceso y seguramente con mejores resultados que andar buscando a otros que no se dedican a ello. Además, contribuyen a dar trabajo a estos profesionales.
Un poco con ironía y un poco con humor, digo esto: Cada uno es dueño de hacer su vida como sienta hacerlo y no creo que nadie tenga una verdad liberadora aplicable a todos, ni siquiera al que la pregona. Por ello, si me rompés la bolas, con mi mejor sonrisa o mi peor cara de culo, en función de cómo me sienta, te cerraré las puertas de mi vida…

                Soy humano, ¿y qué?


Gracias por tu atención